6/9/14

Siete acordes

Mis temores infundados me impedían acercarme, tu mirada me estremecía, y no me animaba a siquiera a decirte “Hola”. Mis intentos eran sinsentidos, que terminaban en la nada, cuando aparecías; me veía frustrado, con miedo y sin ánimo de seguir. Ese efecto producías en mí, y nada podría hacer, lleno de dudas y enmudecido en un silencio cada vez más grande.
Me bloqueaba al verte, tal si fuera una máquina que no responde, y moría.
Estaba claro que mis deseos por acercarme se topaban con mi desconfianza y mis pánicos más profundos, si bien quería llegar hasta vos yo mismo me ponía mis límites y no te podía alcanzar. En esa situación me hallaba y no me quedaba opción que intentar por otras vías.
Me propuse escribirte una carta y… no esa no era opción, era algo demasiado anticuado y con pocas chances de darme resultados; el anonimato, que le pensaba decir por escrito? No. No era opción.
Supuse que otra opción sería más factible, y entre algunas opciones decidí acercarme a tu círculo de amigos, y así de a poco entrar en tu vida; es por eso que primero llegue a hasta una de tus amigas más afines, que por esas cosas de la vida, conocía.
El tiempo fue pasando, y de a poco, llegué hasta tu conocimiento. Nos conocimos un sábado de verano, e intercambiamos algunas aisladas conversaciones, supiste de mi existencia, sabias que hacía, a que me dedicaba, y yo hice lo propio contigo, pero ignorabas mi lado amoroso, mis deseos por vos. Yo los oculté a más no poder, no solo ante tu presencia, sino que ni di indicio alguno de mi atracción por vos, quería que ese fuera un secreto que jamás revelaría, sino solo ante ti.
Como todo en la vida debía encontrar el momento oportuno y actuar sin margen de error; debía escoger el instante exacto para decirte lo que me pasaba y no dejar detalle al azar.
Mientras los días avanzaban, fui dándote algunos tips claves. Te hable de mi amor por los animales, de mi fanatismo por los chocolates, de mi pasión por James Blunt. Te fui conociendo de a poco, y descubriendo tus aficiones, tus afectos, tus gustos: obsesiva por la ropa, bailarina y con objetivos claros en el futuro; me enamoré de a poco de lo que eras y de lo querías ser.
Diversas ocasiones que fueron sucediendo a lo largo de estos días, permitieron que nos acercáramos cada vez más, al margen de la ya integración completa que había logrado a tu grupo de amigos y amigas.  
Corría la tarde de un cargado viernes de cursado, cuando uno de tus amigos propuso la idea de salir a tomar algo a un bar esa misma noche; se discutió el tema y tuvo adhesión unánime, me habían asimilado totalmente a tu “banda”. Nunca habíamos salido juntos, y mis temores resurgieron.
Me enfrenté al “problema”, y acepté con coraje la salida; me preparé como nunca: camisa, zapatos, pantalón a la altura, y mi perfume favorito. Todos mis amuletos pegados al cuerpo, y mis ganas de soñar con que esa fuera MI noche. Si bien íbamos a comer una pizzas entre 6, nada impedía algún hecho posterior sucediera, por lo que debía estar preparado, listo.
Nos encontramos por ahí, y caminamos hasta el lugar. Era un bar de bajo perfil, alejado de la zona central de la cuidad que ofrecía un menú especial: “Viernes de Karaoke”. Entramos y optamos por ocupar la cuarta mesa, a metros del escenario, tus amigas lo sugirieron por esa razón y nos sentamos a comer no más.
Lo que menos importaba era la pizza porque tu mirada no dejaba de buscarme; arduamente la esquivé, pero con la sensación de que mi meta se acercaba. De a ratos te observaba y no podía dejarme atravesar por tus hermosos ojos color café, que seguían cada uno de mis movimientos.
Entre el cruce de miradas la cena concluyó… y el espectáculo del karaoke se estaba aproximando, al mismo tiempo que tus amigas notaban la química que teníamos entre los dos.
Uno de tus amigos sugirió que vos seas la que vaya a cantar, y sin miedo alguno, sin titubear, subiste al escenario y tomaste el micrófono. No dejé de mirarte un segundo, atento a cada movimiento tuyo. Quedé hipnotizado y ya no oculté mi gusto por vos.
Te anunciaron y aplaudieron, por ser la primera valiente que se llegaba hasta la tarima para cantar en una noche donde todos parecían tímidos, y donde tus amigas no dejaban de gritar por vos.
La máquina escogió un tema al azar: “Goodbye my lover” fue el propuesto. No pudiste disimular, que no te tenías ni idea del inglés al cantar, asique de inmediato, pediste que cortaran la música e interrumpiste abruptamente el aura musical que se había generado. Gritaste mi nombre, y pediste que subiera; sabias de mis gustos y no me quedó mas opción que acompañarte.
Subí, tomé el micrófono, y entoné el tema. No fue necesario ver la letra, estaba pegada a mi mente, cada acorde, cada verso: My heart was blinded by you. I've kissed your lips and held your head”. Era un recital que valía la pena ver.
Me perdí en esos siete acordes, soñé, volé alto, al tiempo que no dejé de mirarte un segundo… continué hasta terminar la canción siguiendo, al pie de la letra cada parte de ella. Estaba por concluirla, cuando te acercaste, para mi sorpresa, tomaste conmigo el micrófono para que juntos coreáramos “I'm so, I'm so, I'm so hollow”. Yo era el que estaba hundido.

Tomé tu mano izquierda al terminar, y te besé como nunca había besado a nadie. Era ese beso que me había tomado mucho tiempo esperar, y tenía un gusto demasiado especial, un beso de ensueño. Nuestro beso.
Ahí fue donde descubrí, que somos nosotros mismos los que nos ponemos límites, los que generamos miedos inmotivados, cuando en realidad las oportunidades siempre pueden darse. Solo hay que intentarlo.