18/4/17

No tiene fecha de vencimiento

Es probable que tus primeros recuerdos estén asociados a tu niñez temprana, a tus 3, 4 o casi con seguridad a tus 5 años de edad. Cabe la posibilidad también que esas rememoraciones te lleven a tu casa, quizás jugando o tal vez en la escuela. Lo cierto es que años mas o años menos, no podemos escindir nuestros primeros "flashes" de esa etapa de nuestra vida.
Realmente es una lástima que no podamos lograrlo antes, que nos cueste evocar momentos previos, como también considero injusto que tardemos casi 20 años (o muchos mas algunos) para madurar nuestros pensamientos y poder observar con mayor claridad, todo en efecto retrospectiva.
Y como no puedo volver atrás el tiempo, ni menos volver a experimentar  esos días, juego a imaginarlos, intento recrearlos en una ficción con algún que otro toque de magia, para darle un poco de drama, de suspenso, de romance.
De un modo que parece poco convencional le sumo todo eso que familiares y amigos me cuentan de aquellos minutos y horas donde quisiera volver a verme.
Nobleza obliga el primer flashback me lleva a la madrugada en la que vine al mundo, donde según me dicen hacia frío en una joven primavera. Una pareja en un hospital está nerviosa y dos enfermeras ponen paños fríos con un "Ya llega el doctor". Dicen que era muy lindo, -como todo bebé- y que lloré ni bien abrí los ojos de miel que me brillaban. También dicen que no lloré si no que simplemente puse cara de enfado, de enojado por no poder seguir habitando ese espacio tan cómodo. En fin, versiones encontradas.
Lo que si se es que me sentí con miedo. Con ese miedo que seguro sentiste cuando llegaste a un lugar donde nadie te conoce, y todo lo que digas y hagas será juzgado; donde no sabes que decir para simplemente quedar bien. Donde no te sentis cómodo, donde crees ser poco grato, donde no queres estar.
Y ahí estuvo ella. Me abrazó con las pocas fuerzas que le quedaban y me dió un beso, mi primer beso. Ese beso con sabor a "Todo estará bien", que me transmitió la paz suficiente para que dejara de llorar, aunque ella no parara de hacerlo.
En ese momento hice pie en un mundo al que ni sabía que vendría, no perdí ese temor que tenia, pero créanme que sabía que alguien me ayudaría a superarlo.
En el sentido estricto recién haría pie cerca del año y medio. En el lapsus previo, seguro tropecé varias veces. Un par de chichones y varios raspones en mis rodillas me conectan con aquellas caídas, casi todas inevitables.
Aprender a caminar es de esas cosas que por analogía deben ser utilizadas en la vida misma. El momento en el que se concreta es imposible de impedir, pero no es seguro. Y tampoco se nos da la certeza que será sin problemas a posteriori. Pero si sabemos una cosa, y es que solo intentándolo hasta el hartazgo eso va surgir, y no por decantacion sino por el mero aprendizaje que te produjo cada caída.
¿Caída dije? Seguro fueron más de diez o quince, que importa ahora. Lo que si es de implicancia es que ella siempre estuvo ahí, para decirme que lo hacía mal, para darme la mano y no dejarme caer o si lo hacía, volver a levantarme, aunque sea por enésima vez.
Dos piernas que se mueven no te aseguran nada. ¿De que sirve tenerlas si no sabemos a donde ir? ¿Que tan útil es ese lápiz que tenes en la mano si no tenes un papel donde escribir?
Caminante no hay camino dicen, se hace camino al andar. ¿Y por donde debo andar? A veces el refranero popular es insuficiente y ni siquiera Google tiene la respuesta.
No creo que tenga conocimientos de vialidad, de catastro o de los Atlas que venían con la revista Genio, pero ella supo aconsejarme cual era ese famoso camino. Que en sí no era un lugar preciso, si no varios. Que en sí nunca fue una senda, o una ruta perfectamente delineada que uno debía transitar. No era nada de eso.
Ella me explicó de un modo que lo pudiera entender en aquella época, de un forma amena. Y es muy probable que no lo haya entendido, que tampoco lo haya memorizado demasiado en ese momento, pero hoy que lo veo allá lejos, lo puedo valorar, le puedo dar sentido y hasta juzgarme por no haberlo interpretado antes.
Me dijo que había vicios, y peligros que uno veía (y otros tantos que no) que de alguna forma u otra, venían a sabotear nuestro camino o destino, no recuerdo la palabra en concreto que usó. Que esas cosas eran malas, como el cuco o el hombre de la bolsa, que debería cuidarme solo, y ser autoinmune (seguro que no dijo esa palabra).
Me costó mucho entender eso, darme cuenta que a veces nos rodeamos de personas que encarnan en esos demonios y que llenan de humo nuestros pulmones.
Quizá fue algo tarde pero aprendí a ser selectivo y cuidadoso de todo lo que me rodea, sabiendo discernir lo bueno y lo malo, al menos a priori, de todos. Y eso lo apliqué de ella, de esas palabras que tardé en comprender.
Y como al tiempo nada lo detiene, continuó avanzando, con una prisa que nunca que le pedí. Me fue dando amigos, y enemigos, buenas y malas. Me dio alegrías y me dio soledades. En fin, todavía ninguna cura, asique marco el segundo refrán que voy a desestimar esta tarde.
Quizás lo que más me dolió fue la soledad, sentirme vacío conmigo mismo o estando con alguien más. De seguro eso me llevó a esas reacciones que eran incontenibles, pero que nunca me llevaban a buen puerto. Eran como ataques de desesperación, manotazos de ahogado para intentar reflotar, o tal vez gritos de auxilio, señales simplemente.
Por dentro me estaba muriendo. No le encontraba sentido a las cosas y hasta pensé en darle un final a todo esto de una forma muy cobarde. Pensé en escaparme de toda esa mierda que me rodeaba porque no era mi lugar, porque no estaba cómodo, porque en realidad ya ni siquiera me rodeaban. Porque tardaron en llegar o no llegaron las muestras de afecto, o de cariño que siempre necesité. Porque nunca sentí el calor de ese mensaje si no el frío de la indiferencia. En fin, ya no quiera más nada.
¿Y saben qué? Ella lo impidió.
Se puso en mis ojos, en mi lugar sólo dos minutos. Me escuchó cual psicólogo en primera cita, pero con un par de manos sobre mi cabeza. Me entendió. Por primera vez percibí la empatía que todos me habían negado (¿negado?) y fui más allá, para descubrir que a veces la soledad es un premio, es un regalo que no siempre es grato pero que seguro sirve como punto de partida, como botón de reinicio. Ella me puso el oído y algo más, el corazón cerquita del mio, para que no sólo me calmara si no para que dejara de lado algunas ideas obtusas que caminaban en mi cabeza.
Ese día dejé de llorar a escondidas, dejé de ser un resentido que le escapaba a todo y ocultaba sus sentimientos. Seguro ahora soy más frío pero menos crédulo, más calculador y con menos temperamento  pero soy alguien nuevo. No se si el que siempre quise ser, pero ya no pretendo conformar a nadie y estar en equilibrio conmigo mismo, y eso me basta.
Quizá ella forjó esa forma de ser en mi y recién al escribir estas líneas lo descubro, y al mismo tiempo noto casi con seguridad, que ha hecho un millón de cosas más por mi, cosas pequeñas, todos los días, todo el tiempo, que aún iré descubriendo.
Le pido a Dios que me permita encontrarme paso a paso con su recuerdo en cada cosa, o hecho, en cada lugar donde estuvo conmigo, con la única excusa que me disparen en el tiempo hacia esas milésimas de segundo donde me brindó su amor, su tiempo, su compañía. Todo eso, que en ella y para conmigo, no tiene fecha de vencimiento.

2/4/17

Casa

Privilegiado. Elegido. Bienaventurado. Pleno. Más que afortunado. Un bendecido con tu amor.
Me pasé la tarde buscando sinónimos, tratando de encontrar una palabra o un par, que describieran lo que siento, que digan sencillamente lo bien que me haces.
Hasta me imaginé entre varios acordes, versos que nunca te dije, un par de estrofas que solo hablaban de vos.
Pero creo que en fin, puedo sintetizarlo simplemente: FELIZ. 
Así, sin más.
Feliz de poder ser parte de tu vida, de haber llegado a vos, de que hayas llegado a mí.
De las vueltas de la vida.
Y entre toda esa verborragia me aproximo hasta vos. Percibo la paz que me das, me siento acobijado estando cerca tuyo. Tu mano se extiende y yo la tomo siguiendo tus movimientos.
Un cosquilleo me invade, una mezcla de nosequé que me hace temblar.
Tropiezo.
Me caigo en que tus brazos y sonrío. Tus brazos, mi casa. A donde siempre quiero volver.