No sé si lloverá, no sé si el cielo gris invadirá todo este lunes de
abril. No sé si es el mejor día para ver salir el sol.
No sé de cuánto tiempo dispones, ni siquiera sé si llegaras a la cita.
Hace más de media hora que estoy esperando en esta mesa, y aún quedan, quince
minutos para la hora señalada.
Ni siquiera sé si leíste ese pequeño sticker amarillo con marcador
rojo, que dejé en tu escritorio esta mañana, indicándote hora y lugar donde
deseaba verte; ni siquiera imagino como has reaccionado ante eso. Ni siquiera
sé si vendrás.
Una silla te espera delante de mí, y un café para dos que ya llevo a
medio tomar, también ansía tu venida. Ese pequeño espacio en este coqueto bar,
es el que quiero que llenes con tu presencia.
Lo único cierto es que no puedo controlar mis nervios, mis ganas de
tenerte frente a frente, crecen y crecen. Quiero que estés acá.
Comenzaré por decirte que bendigo el día en que llegaste a mi vida, que
sonrío cada vez que recuerdo esa primera charla en aquel segundo piso donde nos
conocimos. Que simplemente soy feliz
cada vez que mencionas mi nombre, y tu sonrisa no se escapa de tu cara.
Te contaré de mí día a día, de lo mucho mucho que adoro conocerte un
poco más cada vez. Que acepto tus defectos
y disfruto tus virtudes, pero que por sobre todas las cosas cada vez te
quiero más. Te gritaré con orgullo lo que siento, sin condiciones, ni rodeos.
Romperé este silencio del cual he sido esclavo.
La hora se acerca y poco queda de mi café; mi angustia ya comenzaba a
invadirme.
Pero todo cambió; justo cuando ya no esperaba que vinieras, cuando ya
daba por perdida mi suerte, apareces en el lugar, rompiendo mis enigmas, con tu
belleza incólume.
Sin embargo descubrí que yo ya no tenía más vigor; tu presencia derrumbó
mis débiles defensas, entraste a mis tierras, las hiciste tuyas y de mi nada
quedó. Arrasaste con mis dominios y volví a ser un esclavo.