Estás con él y aun
así no dejas de escribirme, no dejas de decirme vía whatsapp lo mal que la
estás pasando, lo que sufrís porque él no te entiende, porque no se esmera en
hacerte sentir mujer: que en fin, no sabes ni porque aún te quedas a su lado.
Es curioso lo cerca que te siento, estando tan lejos.
Estás ahí con él,
en ese resto bar careta comiendo pizza y tomando cerveza, pero me repetís en
esos mensajes que te gusta más cuando una vez a la semana, me dejas que entre
lata y lata de birra, te amase la masa con levadura, mientras preparas la salsa
y coreas una de Las Pastillas. Es curioso que me lo reclames, cuando deberías
estar disfrutando.
“Ni siquiera me
escucha”, dice el último texto que recibo. Se me hace difícil no pensar en ir a
hasta donde estés para gritarte que sí, que estoy dispuesto a dejar todo lo que
tengo por vos, que sí, que acepto esta oferta tácita de escapar juntos. Es
curioso, porque a pesar de todo eso, en lo más recóndito de mí, sé que soy
incapaz de hacerlo.
“Cuando tengas
ganas, nos juntamos y charlamos mejor”, atino a responderte, porque si bien
tengo un montón de ganas de verte, no quiero ser juez y parte, en las
consideraciones de él. Me decís que sí, que mañana si es posible, que es lo
único que te puede cambiar de ánimo. Entre texto y texto, ya imagino la lista
de pormenores puntualizando cada error de tu imperfecto novio, y mis diminutos
comentarios, que buscan disimular cuan feliz me hace saberlo. Es curioso, porque
ya van casi tres años a su lado.
En la soledad de mi
sábado, ojeo las redes, y en Instagram una foto tuya derrumba toda posibilidad,
y hace que lo descripto párrafos arriba, sea ni más ni menos que una catarata
de pelotudeces ya sin sentido. Un par de emojis en el pie, se transformaron en dos balas que fueron directo a mi autoestima. Es curioso, porque con un
doble click le doy me gusta.